En junio de 1934, dos prospectores de oro habían estado cavando y realizando voladuras haciéndose camino a través de la gruesa roca en busca de oro en las montañas de San Pedro en Wyoming. Cuando el polvo comenzó a asentarse, los prospectores hicieron un descubrimiento sorprendente — vieron que habían abierto una pequeña habitación, de aproximadamente 1.2 metros de altura, 1.2 metros de ancho, y unos 4 metros de profundidad en donde se encontraba los restos de un pequeño humano.